El camino nos indica al
valle del encanto
Ultimo
sábado de enero, temprano por la mañana, el frío se hace presente en Quito,
pero al parecer hoy el sol sorprenderá con su esplendor. Ya son las nueve de la
mañana, me dispongo a tomar el bus que me llevara directo a Nayón.
Parto
hacia el destino, con el cielo totalmente despejado. El bus comienza a andar,
un poco lleno e incómodo por tanta gente, pero creo que es parte de la
aventura. Empezamos a descender hacia el valle, los viveros de flores y plantas
cada cien metros de la carretera empiezan a aparecer, ya me habían dicho que
Nayón se caracterizaba por eso, pero no pensé que era tan literal la cosa. El
ambiente comienza a cambiar, las palmeras, las flores, el paisaje, me brinda
esa tranquilidad y paz que la ciudad cotidianamente no lo hace.
Decidí
bajarme justo en el centro de Nayón, para poder conocer detenidamente todo lo
que tiene este pequeño pueblito, donde la gente camina tranquila. Se siente la
diferencia de ambientes. Aquí siento hasta que el tiempo corre más lento, el
aire se siente más puro, y la venta de las plantas y flores le da un poco de
color y alegría al sitio.
Descubriendo sus encantos
Sigo
caminando por las calles de este pequeño valle, se olía a comida típica, avance
unos pasos más, y, efectivamente en el parque central había una pequeña feria
de comida, platos típicos, desde caldo de gallina, yaguarlocro, seco de chivo,
la chicha de jora, hasta el típico y peculiar caldo de “Huagra Singa” (el
caldo, con mote cocinado, papas y la trompa de la vaca como presa, cocinado en leña).
Según la vendedora de este famoso y tan apetecido plato, los beneficios eran
muchos, pero los moradores del lugar dijeron que este caldo era muy bueno para
quitar el chuchaqui. Verdad o no, preferí solo observar y no comer. Seguí
recorriendo alrededor del parque por otros puestos de comida, y para mi asombro
el pescado y los mariscos son bastante apetecidos en este valle.
La
alegría de la gente se sentía, había muchos turistas extranjeros, que parecían
fascinados con todo lo que estaban viendo, me dio curiosidad de entrar a la
iglesia, pero estaba cerrada, así que decidí irme a uno de los viveros de
flores y plantas, tan características del lugar. Ya en el sitio, me sentía en
un invernadero, con tanta variedad de flores y plantas, el dueño del lugar
comenzó a explicarme que tiene alrededor de treinta variedades. Como muchos yo
creía que todas las plantas y flores de Nayón se producían ahí, pero no, apenas
el chiclamen, geranio y los pensamientos son las únicas autenticas del lugar,
el resto de flores y plantas son traídas desde Colombia.
La
conversación seguía, el señor, muy atento, me explicaba más detalladamente que
las plantas que más se vende son las de jardín, pues turistas nacionales y
extranjeros vienen por eso.
Nayón, rodeada de historia y
tradiciones
Como
no sabía mucho de las actividades características, fiestas y santos del lugar,
decidí sentarme por un momento al lado de un anciano. Se veía solitario y
cansado, le abordé preguntándole si era oriundo de Nayón, y me dijo que si,
desde ahí comenzó a detallarme de su vida, de sus amores y penurias, tal vez lo
hizo, porque quería que alguien lo escuche.
Paso
alrededor de unos treinta minutos, la historia de vida de este señor, estaba
por terminar, pero aún no me había dicho todo lo característico que tiene esta
localidad. Ya iba avanzando la tarde y tenía que volver rápido, para poder
coger el último bus. Ya casi al final de la charla, y muy brevemente me dijo
que Nayón tiene sus fiestas desde el 15 al 30 de julio, donde las comparsas,
las novenas, toros de pueblo, bailes populares, desfile de la confraternidad, elección
de la reina, disfrazados, chamizas y la
comida típica se hacen presente en estas celebraciones para homenajear a los
patrones Santa Anita y San Joaquín de
Nayón.
Un valle tranquilo y
acogedor
Eran
las tres de la tarde. Empezó a correr un poco de viento. Al terminar la charla
con este anciano, pregunté qué otro atractivo turístico tenía la zona, y me
supieron decir que de una cuadra y media del parque baje todo hasta el fondo,
ahí estaba un complejo recreacional, me dispuse a hacerlo antes de volver a Quito,
preferí coger un taxi porque no sabía que tan abajo era el complejo, creo que
tomar el taxi fue lo más oportuno que hice, pues el complejo era bastante
abajo, el camino estaba un poco malo, porque no estaba asfaltado, pero bueno
llegué al lugar y ahí estaba, “Montearomo-Complejo Turístico”, entre
inmediatamente para conocer todas las instalaciones que tiene. El guía me llevo
a conocer las canchas de básquet, vóley, piscinas y juegos infantiles. Aquí las
familias aprovechan los fines de semana para distraerse y salir de la rutina y
el estrés de quito, y relajarse en este complejo turístico.
Ya
eran las cuatro de la tarde, me dispuse a salir rápido para poder coger el
último bus. Subí nuevamente al centro del pueblo y antes de partir, me animé y
compre una plantita para jardín. El frío de la tarde no se hizo esperar, con mi
plantita en mano, me subí al bus para retornar a casa.
A
diferencia de la ida, el viaje de vuelta se tornó un poco más largo, tal vez
era el cansancio que tenía, o simplemente el bus iba más lento.
Eran
casi las cinco y media de la tarde, de
regreso a la rutina de la ciudad, me bajé inmediatamente, y me dispuse a tomar
un taxi, pues lo único que quería era llegar a la casa a descansar.
El
viaje fue productivo, aprendí cosas nuevas, respiré un aire distinto, donde el
smog y el pito de los carros no estaban presentes, donde la amabilidad de la
gente y la tranquilidad del pueblo eran el plus de este pequeño pero acogedor
valle.
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